Recogí ayer vuestra postal del buzón. Me alegra que me recordarais en Roma, así pude estar un poquito allí, con vosotros. Roma es algo en lo que pienso a menudo, no es un lugar, es mucho más. Se que no tiene sentido, pero últimamente me imagino en mitad de noviembre, pocos meses después de mi llegada y quisiera trasladarme en el tiempo. Me encantaría ser capaz de afrontar la incertidumbre como lo hacía entonces, sin miedo, con la frescura de quien no se preocupa por lo que será de su vida, con mil caminos posibles a seguir delante de mi y dispuesta a recorrer cualquiera de ellos. Ahora intento cada día que las cosas sean de esa manera y no es fácil. Me pesa demasiado el tiempo que pasó y el tiempo que me queda. Yo que siempre jugué a ser ajena al tiempo y que sigo creyendo en la palabra siempre, entendida como ausencia de tiempo, me preocupo por lo que fui, por lo que soy y por lo que seré. Muchas veces me falta paciencia y necesito respuestas, otras me siento llena de fuerzas para emprender una búsqueda que no sé hacia donde me lleva. Necesito el extraño orgullo que sentía entonces, en Roma, cuando no importaba no saber que sería de mi vida. De momento, al menos sé que no está todo perdido, que vuelvo a emocionarme con pequeñas cosas, que comienzo a sentir otra vez calor bajo mi piel, que soy capaz de enamorarme de nuevo, de soñar cosas distintas, de abrir los ojos por la mañana y sonreír. Y espero poder pronto acortar una distancia que de de alguna manera me separa del mundo, que me hace sentirme lejos de todo demasiadas veces, porque no puedo estar bien con nada si no consigo estar bien conmigo misma. Queda menos, mucho menos.
Fascinante Roma.